Hoy un COPY-PASTE, un fragmento del libro Fantasmas de mi autor favorito, el inmenso Chuck Palahniuk...
"Para ver la imagen de esta entrada, buscar en google-imagenes PROLAPSO"
Tomen aire.
Tomen tanto aire como puedan. Esta historia debería durar el tiempo que logren retener el aliento, y después un poco más. Así que escuchen tan rápido como les sea posible.
Cuando tenía trece años, un amigo mío escuchó hablar del “pegging”. Esto es cuando a un tipo le meten un consolador por el culo. Si se estimula la próstata lo suficientemente fuerte, el rumor dice que se logran explosivos orgasmos sin manos. A esa edad, este amigo es un pequeño maníaco sexual. Siempre está buscando una manera mejor de masturbarse. Se va a comprar una zanahoria y un poco de jalea para llevar a cabo una pequeña investigación personal. Después se imagina cómo se va a ver la situación en la caja del supermercado, la zanahoria solitaria y la jalea moviéndose sobre la cinta de goma. Todos los empleados en fila, observando. Todos viendo la gran noche que ha planeado.
Entonces mi amigo compra leche y huevos y azúcar y una zanahoria, todos los ingredientes para una tarta de zanahorias. Y vaselina.
Como si se fuera a casa a meterse una tarta de zanahorias por el culo.
En casa, talla la zanahoria hasta convertirla en una contundente herramienta. La unta con grasa y se la mete en el culo. Entonces, nada. Ningún orgasmo. Nada pasa, salvo que duele.
Entonces la madre del chico grita que es hora de la cena. Le dice que baje inmediatamente.
El se saca la zanahoria y entierra esa cosa resbaladiza y mugrienta entre la ropa sucia debajo de su cama.
Después de la cena va a buscar la zanahoria, pero ya no está allí. Mientras cenaba, su madre juntó toda la ropa sucia para lavarla. De ninguna manera podía encontrar la zanahoria, cuidadosamente tallada con un cuchillo de su cocina, todavía brillante de lubricante y apestosa.
Mi amigo espera meses bajo una nube oscura, esperando que sus padres lo confronten. Y nunca lo hacen. Nunca. Incluso ahora, que ha crecido, esa zanahoria invisible cuelga sobre cada cena de Navidad, cada fiesta de cumpleaños. Cada búsqueda de huevos de Pascua con sus hijos, los nietos de sus padres, esa zanahoria fantasma se cierne sobre ellos. Ese algo demasiado espantoso como para ser nombrado.
Los franceses tienen una frase: “el ingenio de la escalera”. En francés, esprit de l’escalier. Se refiere a ese momento en que uno encuentra la respuesta, pero es demasiado tarde. Digamos que usted está en una fiesta y alguien lo insulta. Bajo presión, con todos mirando, usted dice algo tonto. Pero cuando se va de la fiesta, cuando baja la escalera, entonces, la magia. A usted se le ocurre la frase perfecta que debería haber dicho. La perfecta réplica humillante. Ese es el espíritu de la escalera.
El problema es que los franceses no tienen una definición para las cosas estúpidas que uno realmente dice cuando está bajo presión. Esas cosas estúpidas y desesperadas que uno en verdad piensa o hace.
Algunas bajezas no tienen nombre. De algunas bajezas ni siquiera se puede hablar.
Mirando atrás, muchos psiquiatras expertos en jóvenes y psicopedagogos ahora dicen que el último pico en la ola de suicidios adolescentes era de chicos que trataban de asfixiarse mientras se masturbaban. Sus padres los encontraban, una toalla alrededor del cuello, atada al ropero de la habitación, el chico muerto. Esperma por todas partes. Por supuesto, los padres lo limpiaban todo. Le ponían pantalones al chico. Hacían que se viera… mejor. Intencional, al menos. Un típico y triste suicidio adolescente.
Otro amigo mío, un chico de la escuela con su hermano mayor en la Marina, contaba que los tipos en Medio Oriente se masturban distinto a como lo hacemos nosotros. Su hermano estaba estacionado en un país de camellos donde los mercados públicos venden lo que podrían ser elegantes cortapapeles. Cada herramienta es una delgada vara de plata lustrada o latón, quizá tan larga como una mano, con una gran punta, a veces una gran bola de metal o el tipo de mango refinado que se puede encontrar en una espada. Este hermano en la Marina decía que los árabes se empalman y después se insertan esta vara de metal dentro de todo el largo de su erección. Y se masturban con la vara adentro, y eso hace que masturbarse sea mucho mejor. Más intenso.
Es el tipo de hermano mayor que viaja por el mundo y manda a casa dichos franceses, dichos rusos, útiles sugerencias para masturbarse. Después de esto, un día el hermano menor falta a la escuela. Esa noche llama para pedirme que le lleve los deberes de las próximas semanas. Porque está en el hospital.
Tiene que compartir la habitación con viejos que se atienden por sus tripas. Dice que todos tienen que compartir la misma televisión. Su única privacidad es una cortina. Sus padres no lo visitan. Por teléfono, dice que sus padres ahora mismo podrían matar al hermano mayor que está en la Marina.
También dice que el día anterior estaba un poco drogado. En casa, en su habitación, estaba tirado en la cama, con una vela encendida y hojeando revistas porno, preparado para masturbarse. Todo esto después de escuchar la historia del hermano en la Marina. Esa referencia útil acerca de cómo se masturban los árabes. El chico mira alrededor para encontrar algo que podría ayudarlo. Un bolígrafo es demasiado grande. Un lápiz, demasiado grande y duro. Pero cuando la punta de la vela gotea, se logra una delgada y suave arista de cera. La frota y la moldea entre las palmas de sus manos. Larga y suave y delgada.
Drogado y caliente, se la introduce dentro, más y más profundo en la uretra. Con un gran resto de cera todavía asomándose, se pone a trabajar.
Aun ahora, dice que los árabes son muy astutos. Que reinventaron por completo la masturbación. Acostado en la cama, la cosa se pone tan buena que el chico no puede controlar el camino de la cera. Está a punto de lograrlo cuando la cera ya no se asoma fuera de su erección.
La delgada vara de cera se ha quedado dentro. Por completo. Tan adentro que no puede sentir su presencia en la uretra.
Desde abajo, su madre grita que es hora de la cena. Dice que tiene que bajar de inmediato. El chico de la cera y el chico de la zanahoria son personas diferentes, pero tienen vidas muy parecidas.
Después de la cena, al chico le empiezan a doler las tripas. Es cera, así que se imagina que se derretirá adentro y la meará. Ahora le duele la espalda. Los riñones. No puede pararse derecho.
El chico está hablando por teléfono desde su cama de hospital, y de fondo se pueden escuchar campanadas y gente gritando. Programas de juegos en televisión.
Las radiografías muestran la verdad, algo largo y delgado, doblado dentro de su vejiga. Esta larga y delgada V dentro suyo está almacenando todos los minerales de su orina. Se está poniendo más grande y dura, cubierta con cristales de calcio, golpea y desgarra las suaves paredes de su vejiga, obturando la salida de su orina. Sus riñones están trabados. Lo poco que gotea de su pene está rojo de sangre.
El chico y sus padres, toda la familia mirando las radiografías con el médico y las enfermeras parados allí, la gran V de cera brillando para que todos la vean: tiene que decir la verdad. La forma en que se masturban los árabes. Lo que le escribió su hermano en la Marina. En el teléfono, ahora, se pone a llorar.
Pagaron la operación de vejiga con el dinero ahorrado para la universidad. Un error estúpido, y ahora jamás será abogado. Meterse cosas adentro. Meterse dentro de cosas. Una vela en la polla o la cabeza en una horca, sabíamos que serían problemas grandes.
A lo que me metió en problemas a mí lo llamo “bucear por perlas”. Esto significaba masturbarse bajo el agua, sentado en el fondo de la profunda piscina de mis padres. Respiraba hondo, con una patada me iba al fondo y me deshacía de mis shorts. Me quedaba sentado en el fondo dos, tres, cuatro minutos.
Sólo por masturbarme tenía una gran capacidad pulmonar. Si hubiera tenido una casa para mí solo, lo habría hecho durante tardes enteras.
Cuando finalmente terminaba de bombear, el esperma colgaba sobre mí en grandes gordos globos lechosos.
Después había más buceo, para recolectarla y limpiar cada resto con una toalla. Por eso se llamaba “bucear por perlas”. Aun con el cloro, me preocupaba mi hermana. O -¡Por Dios!- mi madre.
Ese solía ser mi mayor miedo en el mundo: que mi hermana adolescente virgen pensara que estaba engordando y diera a luz a un bebé retrasado de dos cabezas. Las dos cabezas me mirarían a mí. A mí, el padre y el tío. Pero al final, lo que te preocupa nunca es lo que te atrapa.
La mejor parte de bucear por perlas era el tubo para el filtro de la piscina y la bomba de circulación. La mejor parte era desnudarse y sentarse allí.
Como dicen los franceses, ¿a quién no le gusta que le chupen el culo? De todos modos, en un minuto se pasa de ser un chico masturbándose a un chico que nunca será abogado.
En un minuto estoy acomodado en el fondo de la piscina, y el cielo ondula, celeste, a través de un metro y medio de agua sobre mi cabeza. El mundo está silencioso salvo por el latido del corazón en mis oídos. Los shorts amarillos están alrededor de mi cuello por seguridad, por si aparece un amigo, un vecino o cualquiera preguntando por qué falté al entrenamiento de fútbol. Siento la continua succión del tubo de la pileta, y estoy meneando mi culo blanco y flaco sobre esa sensación. Tengo aire suficiente y la polla en la mano. Mis padres se fueron a trabajar y mi hermana tiene clase de ballet. Se supone que no habrá nadie en casa durante horas.
Mi mano me lleva casi al punto de acabar, y paro. Nado hacia la superficie para tomar aire. Vuelvo a bajar y me siento en el fondo. Hago esto una y otra vez.
Debe ser por esto que las chicas quieren sentarse sobre tu cara. La succión es como una descarga que nunca se detiene. Con la polla dura, mientras me chupan el culo, no necesito aire. El corazón late en los oídos, me quedo abajo hasta que brillantes estrellas de luz se deslizan alrededor de mis ojos. Mis piernas estiradas, la parte de atrás de las rodillas rozando fuerte el fondo de cemento. Los dedos de los pies se vuelven azules, los dedos de los pies y las manos arrugados por estar tanto tiempo en el agua.
Y después dejo que suceda. Los grandes globos blancos se sueltan. Las perlas. Entonces necesito aire. Pero cuando intento dar una patada para elevarme, no puedo. No puedo sacar los pies. Mi culo está atrapado.
Los enfermeros del servicio de urgencias dirán que cada año cerca de 150 personas se quedan atascadas de este modo, chupadas por la bomba de circulación. Queda atrapado el pelo largo, o el culo, y se ahoga. Cada año, cantidad de gente se ahoga. La mayoría en Florida.
Sólo que la gente no habla del tema. Ni siquiera los franceses hablan acerca de TODO.
Con una rodilla arriba y un pie debajo de mi cuerpo, logro medio incorporarme cuando siento el tirón en mi culo. Con el pie pateo el fondo. Me estoy liberando pero sin tocar el suelo ni tampoco llegar al aire. Todavía pateando bajo el agua, agitando los brazos, estoy a medio camino de la superficie pero no llego más arriba. Los latidos en mi cabeza son fuertes y rápidos.
Con chispas de luz brillante cruzando ante mis ojos me doy vuelta para mirar… pero no tiene sentido. Esta soga gruesa, una especie de serpiente azul blancuzca trenzada con venas, ha salido del desagüe y está agarrada a mi culo. Algunas de las venas gotean rojo, sangre roja que parece negra bajo el agua y se desprende de pequeños rasguños en la pálida piel de la serpiente. La sangre se disemina, desaparece en el agua, y bajo la piel delgada azul blancuzca de la serpiente se pueden ver restos de una comida a medio digerir.
Esa es la única forma en que tiene sentido. Algún horrible monstruo marino, una serpiente del mar, algo que nunca vio la luz del día, se ha estado escondido en el oscuro fondo del desagüe de la pileta, y quiere comerme.
Así que la pateo, pateo su piel resbalosa y gomosa y llena de venas, pero cada vez sale más del desagüe. Ahora quizá sea tan larga como mi pierna, pero aún me retiene el culo. Con otra patada estoy a unos dos centímetros de lograr tomar aire. Todavía sintiendo que la serpiente tira de mi culo, estoy a un centímetro de escapar.
Dentro de la serpiente se pueden ver granos de maíz y cacahuetes. Se puede ver una brillante bola anaranjada. Es la vitamina para caballos que mi padre me hace tomar para que gane peso. Para que consiga una beca gracias al fútbol. Con hierro extra y ácidos grasos omega tres. Ver esa pastilla me salva la vida.
No es una serpiente. Es mi largo intestino, mi colon, arrancado de mi cuerpo. Lo que los doctores llaman prolapso. Mis tripas chupadas por el desagüe.
Los expertos dirán que una bomba de agua de piscina larga 360 litros de agua por minuto. Eso son unos 200 kilos de presión. El gran problema es que por dentro estamos interconectados. Nuestro culo es sólo la parte final de nuestra boca. Si me suelto, la bomba sigue trabajando, desenredando mis entrañas hasta llegar a mi boca. Imaginen cagar 200 kilos de mierda y podrán apreciar cómo eso puede destrozarte.
Lo que puedo decir es que las entrañas no sienten mucho dolor. No de la misma manera que duele la piel. Los doctores llaman materia fecal a lo que uno digiere. Más arriba es quimo, bolsones de una mugre delgada y corrediza decorada con maíz, cacahuetes y guisantes.
Eso es la sopa de sangre y maíz, mierda y esperma y cacahuetes que flota a mi alrededor. Aún con mis tripas saliendo del culo, conmigo sosteniendo lo que queda, aún entonces mi prioridad era volver a ponerme el short. Dios no permita que mis padres me vean la polla.
Una de mis manos está apretada en un puño alrededor de mi culo, la otra arranca el short amarillo del cuello. Pero ponérmelos es imposible.
Si quieren saber cómo se sienten los intestinos, compren uno de esos condones de piel de cabra. Saquen y desenrollen uno. Llénenlo con mantequilla de cacahuete, cúbranlo con lubricante y sosténganlo bajo el agua. Después traten de rasgarlo. Traten de abrirlo en dos. Es demasiado duro y gomoso. Es tan resbaladizo que no se puede sostener. Un condón de piel de cabra, eso es un intestino común.
Pueden ver contra lo que estoy luchando.
Si me dejo ir por un segundo, me destripo.
Si nado hacia la superficie para buscar una bocanada de aire, me destripo.
Si no nado, me ahogo.
Es una decisión entre morir ya mismo o dentro de un minuto. Lo que mis padres encontrarán cuando vuelvan del trabajo es un gran feto desnudo, acurrucado sobre sí mismo. Flotando en el agua sucia de la piscina del patio. Sostenido por atrás por una gruesa cuerda de venas y tripas retorcidas. El opuesto de un adolescente que se ahorca cuando se masturba. Este es el bebé que trajeron del hospital trece años atrás. Este es el chico para el que deseaban una beca deportiva y un título universitario. El que los cuidaría cuando fueran viejos. Aquí está el que encarnaba todas sus esperanzas y sueños. Flotando, desnudo y muerto. Todo alrededor, grandes lechosas perlas de esperma desperdiciadas.
Eso, o mis padres me encontrarán envuelto en una toalla ensangrentada, desmayado a medio camino entre la piscina y el teléfono de la cocina, mis desgarradas entrañas todavía colgando de la pierna de mis shorts amarillos. Algo de lo que ni los franceses hablarían.
Ese hermano mayor en la Marina nos enseñó otra buena frase. Rusa. Cuando nosotros decimos: “Necesito eso como necesito un agujero en la cabeza” [*], los rusos dicen: “Necesito eso como necesito un diente en el culo”. Mne eto nado kak zuby v zadnitse. Esas historias sobre cómo los animales capturados por una trampa se mastican su propia pierna; cualquier coyote puede decir que un par de mordiscos son mucho mejores que morir.
Mierda… aunque seas ruso, algún día podrías querer esos dientes. De otra manera, lo que tienes que hacer es retorcerte, dar vueltas. Enganchar un codo detrás de la rodilla y tirar de esa pierna hasta la cara. Morder tu propio culo. Uno se queda sin aire y mordería cualquier cosa con tal de volver a respirar.
No es algo que te gustaría contarle a una chica en la primera cita. No si quieres besarla antes de ir a dormir. Si les cuento qué gusto tenía, nunca jamas volverían a comer calamares.
Es difícil decir qué les disgustó más a mis padres: cómo me metí en el problema o cómo me salvé. Después del hospital, mi madre dijo: “No sabías lo que hacías, amor. Estabas en estado de shock”. Y aprendió a cocinar huevos pasados por agua.
Toda esa gente asqueada o que me tiene lástima… la necesito como necesito dientes en el culo.
Hoy en día, la gente me dice que soy demasiado delgado. En las cenas, la gente se queda silenciosa o se enoja cuando no como la carne asada que prepararon. La carne asada me mata. El jamón cocido. Todo lo que se queda en mis entrañas durante más de un par de horas sale siendo todavía comida. Judías blancas o atún en lata, me levanto y me los encuentro allí en el inodoro.
Después de sufrir una disección radical de los intestinos, la carne no se digiere muy bien. La mayoría de la gente tiene un metro y medio de intestino grueso. Yo tengo la suerte de conservar mis quince centímetros. Así que nunca obtuve una beca deportiva, ni un título. Mis dos amigos, el chico de la cera y el de la zanahoria, crecieron, se pusieron grandotes, pero yo nunca llegué a pesar un kilo más de lo que pesaba cuando tenía trece años. Otro gran problema es que mis padres pagaron un montón de dinero por esa piscina. Al final mi padre le dijo al tipo de la piscina que fue el perro. El perro de la familia se cayó al agua y se ahogó. El cuerpo muerto quedó atrapado en el desagüe. Aun cuando el tipo que vino a arreglar la piscina abrió el filtro y sacó un tubo gomoso, un acuoso resto de intestino con una gran píldora naranja de vitaminas aún dentro, mi padre sólo dijo: “Ese maldito perro estaba loco”. Desde la ventana de mi habitación en el primer piso podía escuchar a mi papá decir: “No se podía confiar un segundo en ese perro…”.
Después mi hermana tuvo un retraso en su período menstrual.
Aun cuando cambiaron el agua de la pileta, aun después de que vendieron la casa y nos mudamos a otro estado, aun después del aborto de mi hermana, ni siquiera entonces mis padres volvieron a mencionarlo.
Esa es nuestra zanahoria invisible.
Ustedes, tomen aire ahora.
Yo todavía no lo hice.
martes, 9 de marzo de 2010
Tripas - Chuck Palahniuk
domingo, 28 de febrero de 2010
Que tragedia!
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Efectivamente, tengo una muy mala noticia... Se ha quemado mi pollería. Y no es ningún juego de palabras que sugiera "se ha quemado mi polla herida" por supuesto en este blog no vamos a entrar en vocabulario ni expresiones tan mal sonantes. La pollería o asadero de pollos donde habitualmente acudía a comprar se ha quemado, es totalmente verídico.
Y esto me disgusta mucho porque, joder, los pollos eran a la brasa y se salían, aunque la rutina de ir a comprarlos a veces me ponía de los nervios.
Solo existían dos opciones y no sé cuál era peor, que el local estuviera a rebosar o que estuviera totalmente vacío. Si el caso era éste último, normalmente te tenías que esperar más de 5 minutos a que algún trabajador apareciera de no se sabe dónde para atenderte, normalmente algo "tocado del ala" con una inusual simpatía en el rostro, y te entretuviera otros 10 minutos más con una alegre charla sobre la situación del país o del último resultado de la Unión Deportiva. Si tu caso era el contrario y la tienda estaba a rebosar, no te quedaba otro remedio que coger número, pero, ¡sorpresa! miras el número antes de cogerlo y ves que en el dispensador está el 41 y el marcador va por el 70. Y te agobias sistemáticamente pensando que tiene que dar toda una vuelta para que vuelva a llegar al 41, hasta que por fin algo empieza a funcionar en tu cerebro y te quedas con que allí ni Cristo tiene un número. Entonces con una voz suave y melodiosa vas preguntando amablemente quién va el último hasta que das con él y entonces pasas a modo maruja, y a cada una de las personas nuevas que entran en el local las examinas de arriba a abajo preguntándote si será el listillo/a de turno que intentará colarse o comprar antes que tú, con la excusa de que es poco o tiene la comida al fuego, ¡Pero si tienes la puta comida al fuego que cojones haces comprando un pollo, desgraciada! Y es que mi lado irracional en muchas ocasiones me hace pensar en que situación debe de vivir una señora de 70 años para venir a comprar un grasiento pollo asado, por qué esa señora no está preparando una sopa de pollo y un pescado frito...
Pero rápidamente suelo caer en la cuenta de es probable que esa vieja sea de la pandilla del Monopol, y que por consiguiente la he ingenuamente minusvalorado, porque estas señoras suelen ir al Monopol en grupos organizados. Y eligen los días de mas tránsito para marcar el terreno. Son puretas independientes que esperan a que todo el mundo se amontone en las escaleras esperando a que algún empleado quite las cuerditas para acceder a las salas, y entonces, de una manera cruel, se hacen paso entre toda la gente directas al ascensor, con el pecho erguido y cara seria apartan a cuantos osen interrumpir su marcha. Una vez están subidas y pulsan el botón, la puerta comienza a cerrarse y ellas se miran unas a otras y ríen de manera cómplice pensado "Que listillas que somos", esa misma puta risita que entonan cuando aparece cualquier escena subidita de tono...
Por eso nunca debes fiarte de una viejita que se ha tomado la molestia de bajarse a comprar un pollo. NUNCA. Y cuando consigues que te despachen un pollo, que ni se te ocurra pedir que te lo partan si hay más de dos personas en la cola…
Así que te piras para tu casa deseando hartarte hasta reventar. Pero claro, eres un maldito estudiante como el resto de tus 3 compañeros de piso, esos mismos que como chacales salen de su cuarto cuando huele a pollo, y te comentan la posibilidad de compartir ese pollo, y tú no sabes cómo explicarles que si quieren pollo lo vayan a comprar y hagan la puta cola como has hecho tu, pero no quieres que esto suene ofensivo y asientes “gustosamente” aceptando compartir tu delicioso pollo a la brasa.
Es una sensación parecida a la que surge cuando te vas con 3 colegas de copas y el amable camarero te pone una tapita de aceitunas... y todo bien hasta que quedan 2 aceitunas en el plato. Tú reflexionas y llegas a la conclusión de que no has comido muchas así que te lanzas a por la penúltima, entonces cuando tu mano está llegando a su objetivo, fugazmente te planteas la posibilidad de hacer un majo y limpio y llevarte el 2x1, pero no, eres considerado y dejas la última sin estar del todo convencido de tu decisión, y entonces uno de tus otros colegas suelta: - ¡Bah, no dejes la de la vergüenza hombre! , mientras realmente está analizando tu expresión para si no cogerla él, y tú le devuelves un: - No enserio, estoy lleno. Pura mentira, porque deseas esa última aceituna sobre todas las cosas... Sin embargo mientras ustedes cruzan miradas, un tercer colega sale de las sombras y te espeta en la cara: ¡Bueno, si nadie la quiere me la como yo! Tú y tu amigo se retuercen internamente pensando que por estúpidos no han cogido esa última aceituna, y tu cuarto amigo, sí, el cuarto, sólo se ríe porque está demostrado estadísticamente que de cada cuatro personas, a una no le gustan las aceitunas.
Total, comes el pollo, la sensación no es el orgasmo alimenticio que te imaginaste a la salida de la pollería, pero sigue estando delicioso. Y como un buen almuerzo de pollo no puede faltar la frase de rigor por parte de alguno: Joder, comer pollo es un pringue, siempre gasto mil servilletas. Todos sonríen y asienten, pero son más que conscientes de que no es más que un intento de disculpar lo cerdo que es comiendo, que tiene desde las manos hasta el codo chorreando de aceite, que en sus brackets hay pollo para calmar al tercer mundo, que en la comisura de los labios tiene manteca para hacer un brownie y que en su vaso se puede ver perfectamente impresa en ali-oli la marca de sus labios... En fin, que es una pena lo que le ha pasado a mi pollería favorita.
Himar Soto ®
martes, 16 de febrero de 2010
La aventura de la compra...
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Imaginemos, pongámonos en situación... ¡hoy nos vamos de compras! y a pesar de los signos de exclamación no es para nada emocionante ni divertido. Ir de compras es una mierda, y hacer la compra es una mierda por dos. Para empezar, tomar la decisión de ir a comprar ya se me hace jodidamente difícil, pensar que te tienes que medio vestir bien para no ir al supermercado hecho una mierda, para evitar las miradas inquisidoras de la vieja de turno y el chequeo completo por parte del Segurita... A pesar de todo esto, de vez en cuando me libero de mi innata vagancia y me lanzo a la calle camino del supermercado.
Y cuando bajas a la calle y tus pupilas ya se han adaptado al cambio brutal de luz, reflexionas que, tampoco te ha costado tanto, que hace una tarde excelente para estar en la calle, y te invade un sentimiento de bienestar por estar yendo a la tienda como un tío responsable. Con paso decidido llegas a la puerta del supermercado. En la puerta, cual coloso, mi amigo el segurata... como en él es obligación, me visualiza de arriba a abajo, me devuelve la mirada de desprecio de rigor y el sentimiento de bienestar se empieza a disipar.
Da igual, cojo mi cesta, o lo intento, porque la mayoría de las veces tienes que intentar conseguir una entre fleje de peña que está· haciendo la cola, avanzar hasta la parte de delante dejando bien claro que no quieres colarte sino solamente llegar a alcanzar una de esas benditas cestas, y con suerte, después de par de empujones, llegas a tenerla al alcance de tu mano. Pero aún te queda lo peor, agacharte y parecer que quieres hacerle una mamada a alguien, y ese alguien gira la cabeza y disimula, todos disimulamos cuando un desconocido pone su cabeza a la altura de nuestra entrepierna. Si eres afortunado, después de esta humillación ya tendrás tu premio.
Entonces emprendes tu carrera a contrarreloj, al fuego para la charcutería a coger un número, todo lo rápido posible para intentar aunque sea adelantar una posición a alguna madre compradora-compulsiva que tendrá algún parásito como hijo que exija comer jamón fresco del día en su sandwich de la merienda. En tu camino echas par de cosas de la frutería, donde por primera vez en la historia has visto al frutero en su sitio. Eso es jodidamente difícil, porque, no se cómo lo hace, pero el frutero nunca está donde debería. Normalmente está haciendo alguna tarea que nada tiene que ver con la suya mientras un rebaño de menopáusicas y tú esperan con sus cosas metidas en esas bolsas extremadamente finas que siempre amenazan con romperse, a que el puto frutero aparezca y tarde 0,1s en ponerle la pegatinita de los cojones.
Total, que sigues tu carrera hacia el dispensador de números, lo ves en la lejanía del pasillo y aumentas la velocidad con la esperanza de no tener que esperar demasiado, y cuando el pasillo por el que estás prácticamente corriendo se acaba, vislumbras a esa arpía, a la pureta de turno avanzar perpendicularmente hacia a ti, con el mismo objetivo y a la misma velocidad que tú. Pero tú aún no tienes artrosis y todavía eres capaz de exprimir más tu velocidad punta, así que llegas en la última milésima para arrebatarle el número. Ella se te queda mirando con una cara de odio que no se molesta un ápice en disimular, y yo me aparto y espero mi turno. Pero no, no se iba a quedar contenta con matarte con la mirada, la pureta se acerca y se pone a esperar a tu lado mientras no deja de mirarte de arriba abajo y de murmurar que la juventud está perdida desde los 60's. Sin embargo, la tía encuentra otro entretenimiento, ahora se dedica a examinar concienzudamente tu compra mientras tú te corroes por dentro imaginando que estará haciendo los mismos comentarios que haría tu abuela: "Sólo comes basura", "Seguro que sólo haces fritangas". Pero milagrosamente, el estridente sonido del contador te hace escapar con más pena que gloria de esa contienda.
Después de pedir jamón y queso como para 10 personas, ya que tras tantos años de vida de estudiante has aprendido a comerte hasta el jamón de una semana, sigues tu ruta por el supermercado, intentando coger lo mínimo posible. De pronto, un color amarillento lo inunda todo... te das cuenta de que has llegado a la peor zona del supermercado... LA ZONA DE LA PASTA.
Después de todo lo que has pasado te ves aquí, delante de un montón de paquetes de pasta moldeada de las más sofisticadas maneras, para no tener ni puta idea de qué pasta es mejor que otra. Empiezas a descartar las pastas de colorines, porque probablemente si se han molestado en pintarlas también lo habrán hecho en subirles el precio, descartas todas las que tienen algún logotipo demasiado currado, unos spaguettis que traen dibujada una mansión en color por fuera no pueden ser baratos. Y de tanto desechar te quedas con dos opciones, y las primeras gotas de sudor empiezan a brotar de tu frente. Esta situación de no tener ni puta idea te está matando así que te decides por coger uno impulsivamente, lo agarras con rabia y lo llevas hacia la cesta, pero a mitad de camino crees que has elegido la opción equivocada de las dos posibles y vuelves hacia atrás y lo cambias aún más rápido y con más rabia mientras huyes de la confusión camino de la caja.
Y como no podía ser de otra manera, la pureta de los cojones está en la cola, miras apresuradamente otra cola a la que ir antes de que se percate de tu presencia pero no hay más. TODAS LAS PUTAS CAJAS DEL SUPERMERCADO ESTÁN CERRADAS excepto una, la cola donde hay 8 personas haciéndola, incluída la señora. Entonces ella gira el cuello hacia atrás al más puro estilo resident-evil (http://www.youtube.com/watch?v=WnUWjr0Hh94) y te sonríe triunfal mientras probablemente esté pensando que los últimos serán los primeros en el reino del señor. Y tú disimulas, disimulas tu rabia y disimulas porque tienes a un obrero calvo y peludo con su cabeza a la altura de tu entrepierna intentando alcanzar una de las putas cestas de los huevos. Y ya piensas que nada puede ir peor, hasta que ves que la pureta está colocando en la cinta cuatro paquetes de spaguettis, cuatro jodidos paquetes de la marca que tú has cambiado en el último momento por otra...
Ya no hay nada que hacer, el mundo se derrumba y tú te sientes como un puto inculto de los spaguettis, piensas que probablemente esa tipa lleva 40 años haciendo spaguettis, "¡Oh dios mio! Debe de ser toda una sumiller de la pasta". Te resignas y esperas con cara de abatido que ella lo pase todo y te lías a colocar cosas en la cinta como un auténtico perdedor.
Y como todo perdedor tienes que pagar.
La pureta se toma su revancha mirándote mientras embolsa tranquilamente, embolsa y vuelve a supervisar tu compra. Probablemente se esté preguntando por qué motivo ibas tú a coger calabacines y zanahorias, que qué clase de estudiante es capaz de hacerse un potaje, lo más seguro es que lo quieras para metértelo por culo, desde luego... desde los 60's la juventud ha perdido el respeto hasta por sí mismos. Con una mezcla de asco y soberbia en su cara termina de embolsar y se marcha camino del parking, donde le contará, exagerando, todo lo sucedido a su marido, que la espera en un Mercedes Benz escuchando el Carrusel deportivo e ignorándola por completo.
Tú simplemente dejas que te den el bofetón del precio, te regañas y pagas como una putita, embolsas y encaras la puerta. El segurita nuevamente te revisa para asegurarse de que no te llevas ninguna lata de atún oculta, pero ya me la suda, ahora sólo puedo pensar en que tengo que volver a patear el camino que tan optimista recorrí veinte minutos atrás, pero ahora llevo ocho kilos en cada mano y estoy sudando como un cerdo...
Himar Soto ® xD
jueves, 14 de enero de 2010
Depresión Colectiva
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